“Dime y lo olvido, enséñame y lo recuerdo, involúcrame y lo aprendo”, es la frase de Benjamín Franklin, que aplica para todo aquel que piensa que el conocimiento es el tesoro verdadero, así como Fernando Caicedo, un hombre de mirada amable y sencilla que a sus 66 años se ha caracterizado por tener lo que muchos llaman ‘hambre de conocimiento’, ya que ha vivido su vida en la búsqueda de aprender todo aquello que le parece curioso y todo aquello que le invita a explorar posibilidades alternas a las realidades que a veces aprietan el alma.
Según él, desde pequeño ha sido bastante inquieto y esto lo ha llevado a lugares del país jamás pensados, llegando a visitar países como Perú y Brasil, entre otros; pero su historia de viajero comienza cuando era adolescente. Empezó a trabajar como ayudante en un camión carga y se fue a ‘rodar’ por todo Colombia, en una aventura que en muchas momentos sacaría lo mejor de sí mismo, y hasta lo mejor de su estado físico, pues en ocasiones cuando el vehículo atravesaba la línea prefería ir trotando detrás del camión para mitigar el frio que le calaba en los huesos.
Esta sería la antesala de la experiencia que cambiaría su vida y lo llevaría por la senda del eterno aprendiz, ya que más adelante por azar del destino, Fernando, quien en ese momento contaba con todo el vigor de la juventud, toma la decisión de irse a Venezuela en busca de oportunidades más afables. En aquel entonces cursaba cuarto semestre de Ingeniería Industrial, era matricero y manejaba herramientas de maquinaria pesada; cuando llegó al vecino país encontró en una empresa automotriz norteamericana la oportunidad de hacer aquello que le gustaba ‘aprender’, se trataba de saberes relacionados con la mecánica que serían una herramienta muy útil para empezar a construir la base de un sueño en tierras extranjeras.
Después de un tiempo de esfuerzo y lucha, logra montar su taller de costura donde fabricaban todo tipo de tejidos en franela y algodón, el taller, ubicado frente al Palacio de Miraflores en Caracas, comenzó a ser un éxito en el sector, y por la gran demanda de trabajo las maquinas en ocasiones comenzaban a fallar, pero, aprovechado lo que había aprendido en la mecánica se ahorraba una buena cantidad de sus ganancias reparando él mismo su indumentaria de trabajo, no obstante, este sueño emergente acabaría de forma fatídica, pues según él, este negocio le fue robado por unos venezolanos mientras se recuperaba de un aparatoso accidente de tránsito que le provocaría una lesión de plexo braquial completa y siete fracturas entre el brazo y la pierna.
Dicho evento cambiaría por completo su vida, pues a partir de allí su cuerpo no volvió a ser el mismo, su mano derecha había quedado sin movimiento alguno. De esta lesión pocos se recuperan, pero de tanto hacer su propia terapia recobró algo de movilidad, aunque no como él quisiera; adicional a ello, una diabetes inesperada provocó la amputación tres de sus dedos del pie derecho, lo que le obligó a cambiar de estrategia, a cambiar de planes, a cambiar de vida.
Volver a Colombia era la primera alternativa después de vivir 45 años en otro país, el choque cultural era inevitable y las posibilidades de conseguir trabajo: escasas, como el mismo lo dice:
“Mi condición médica es lo que me ha impedido encontrar trabajo en lo que yo hago, el dolor es constante desde hace 33 años y yo no tomo pastillas, puesto que ya me he acostumbrado a los dolores, es como si estuvieras cargando un peso todo el tiempo, así se trasforma el dolor para poder seguir, por eso me rebusco los pesitos como me salga y el resto del tiempo me la paso aprendiendo y estudiando. La mecánica ha sido una entrada de dinero momentánea pero no es algo que me salga mucho”.
Después de volver a su tierra natal, Cali, y vivir 5 años en el barrio El Poblado II, Fernando comenta que a pesar de todas las vicisitudes que ha encontrado, en la Fundación Autónoma de Occidente, Fundautónoma, ha encontrado un espacio de paz, de solidaridad, de amistad, de disfrute y de aprendizaje, afirmando que:
“Este es un lugar donde yo he recibido bastante apoyo, por lo menos el comedor es una ayuda muy grande para mí y para la comunidad, además, el servicio de biblioteca es una maravilla, aquí me dan todo lo que he necesitado, me han apoyado con asistencia médica, con las jornadas de salud, todo lo que tiene que ver con salud, me lo han dado”.
Además, dice que en Fundautónoma ha podido retomar una de sus pasiones más grandes, aprender otros idiomas. Fernando, destaca por tener rasgos firmes, una efusividad contundente en sus expresiones, y una gran empatía para hablar con la gente, jamás despierta sospecha alguna de su ferviente pasión por el inglés, el francés y el italiano.
La Biblioteca Pública Fundautónoma y la de Nuevo Latir se han trasformado en su segunda casa, donde constantemente se le ve leer textos en diferentes lenguas, practicar arduamente expresiones, mejorar su pronunciación y aprender nuevas palabras.
A pesar de no tener un compañero con quien practicar y hacer alarde de su conocimiento lingüístico, no deja que eso lo desanime, por el contrario, lo impulsa a buscar espacios literarios que alimenten esa hambre del saber y en poco tiempo ha llegado a ser un miembro activo de las actividades que constantemente tienen lugar en la biblioteca. Pero esto tuvo un origen, su interés por los idiomas nació de un trabajo en tiempos de su juventud, en aquel empleo habían trabajadores de nacionalidad italiana, la entonación y la pronunciación jocosa que provenían de las conversaciones cotidianas con sus compañeros despertaron en Fernando las ganas de comunicarse mejor y aprender Italiano.
Desde ese entonces el mayor desafío es encontrar un compañero o compañera para intercambiar conocimientos, aunque han sido fallidos los intentos, piensa que no es una razón para retroceder, que seguirá asistiendo a la biblioteca, para adentrarse en el conocimiento de nuevas lenguas con la premisa de intentar derribar las barreras idiomáticas que aun en la era digital separan al mundo, cambiar para avanzar y mejorar.
“Es difícil conseguir personas interesadas en aprender, siempre la gente dice que aprender idiomas es difícil o que no tienen tiempo, y quizá haya algo de cierto, pero cuando se quiere, se puede aprender. Yo aprendí todo empíricamente, trabajaba en el día y estudiaba en la noche el bachillerato, yo siempre estoy aprendiendo cómo la gente hace las cosas y de paso viendo cómo mejorar esos los procesos”.
A Fernando le gusta invertir bien su tiempo, las partidas de dominó que amigos y vecinos de su edad comparten en la cuadra de su casa no son de su interés y mucho menos la trasmisión de las novelas de la tarde, lo suyo realmente es educar el oído para escuchar, demostrando que no hay edad para dejar de aprender, que la vida, aunque es difícil por momentos nos hace valientes y que no hay caminos sin salida, que si se quiere se puede luchar con esperanza por un futuro y una vida más digna.
Por Jose D. Londoño
Informes: Fundautónoma, [email protected].
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